Durante diez cohortes en la Maestría en Etnología y durante cinco cohortes en el Doctorado en Antropología de la Universidad de Los Andes (ULA), en Mérida, Venezuela, postgrados creados por la doctora Jacqueline Clarac de Briceño, se ha procurado formar a etnólogos o antropólogos culturales con una mirada distinta, con una ética distinta, sin negar el origen noratlántico de esta disciplina científica, pero enseñando con sentido crítico las distintas escuelas de antropología surgidas durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX en Europa y Estados Unidos, pero volcándonos a hacer una antropología propia, nuestroamericana, que no busca al otro “exótico”, “salvaje”, “étnico”, “arcaico” o “primitivo”, sino que intenta construir una real historia de nuestros pueblos desde la metodología de la complejidad, con modelos a posteriori para comprender las distintas realidades sociales y descolonizar el pensamiento.
La doctora Clarac de Briceño, fundadora hace 33 años de la revista Boletín Antropológico -única de su tipo en Venezuela-, del Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez” de la ULA y de dichos postgrados, asistió en el año 1993 a un congreso organizado por el antropólogo mexicano Esteban Krotz con investigadores de varios países de América Latina y allí se propuso intentar crear una escuela de Antropología del Sur o Antropologías del Sur, como las llamarían algunos, que implicaría una forma distinta de hacer antropología, diferenciada de los países del norte, y que permitiría crear redes de investigación y de divulgación de conocimientos independientes de dichas regiones.
En Venezuela, la doctora Clarac de Briceño ha sido propulsora durante más de dos décadas de esta idea que busca crear consciencia en los etnólogos que ella ha formado en la ULA y que se encuentran diseminados trabajando por todo el país, para saber que la antropología que hacemos desde el Sur debe ser para, por y con los pueblos del Sur, entendiéndonos como investigadores que formamos parte del sujeto de estudio y, por lo tanto, la ética en el trabajo de campo y en el abordaje de la comunidad debería ser distinta, más comprometida socialmente. ¿Para qué y por qué investiga el antropólogo? ¿Qué lógicas del pensamiento quiere estudiar, para qué y cómo se identifica con ellas? ¿En qué medida su investigación tiene pertinencia social o cómo sacar de las paredes de la academia los resultados de sus estudios y para qué? ¿Cómo lograr que las comunidades, bien organizadas en una proyección de Estado comunal en Venezuela y muy bien informadas, se apropien de los conocimientos que el antropólogo genera?, son preguntas que el antropólogo, antes de ir a campo, antes de iniciar una investigación, debería hacerse.